lunes, 2 de febrero de 2015

Las flores no sangran, de Alexis Ravelo



Dicen que cuando uno llega a lo más alto comienza el verdadero desafío, ya que es cuando debe plantar cara y demostrar que está ahí por méritos propios. El Premio Hammet es una cumbre formidable, un ascenso de vértigo capaz de menguar a los más experimentados en estas lides y cuya importancia impele a esperar grandes cosas de quienes lo consiguen. Con Las flores no sangran, Alexis Ravelo no sólo demuestra que está allá arriba por méritos propios, sino que aprovecha para reivindicarse como uno de los narradores más originales y prometedores del panorama nacional (como ya avisé hace tiempo AQUÍ).

Y es que cuando un puñado de granujas sin oficio ni beneficio se proponen llevar a cabo el golpe de sus vidas, hay tantas cosas que pueden salir mal que uno no llega a entender cómo se les puede haber ocurrido meterse en semejante berenjenal. Por eso, al avanzar en la lectura el lector no puede evitar desesperarse, menear la cabeza a cada momento y repetirse una y otra vez «esto no puede terminar bien». 

Alexis Ravelo, Premio Hammet 2014
Si de un combate de boxeo se tratase, a un lado del ring tendríamos a los eternos perdedores, de nombres tan suculentos como el Marqués, el Flipao o el Salvaje. Al otro los esperarían el magnate Isidro Padrón, su socio Marcos Perera y un misterioso ruso de nombre impronunciable, y no impronunciable por lo difícil de su traducción, sino por el miedo que parece suscitar en cuantos le rodean. Su séquito de matones terminan de componer un cuadro kafkiano en un combate que parece claramente desnivelado a favor de los segundos aunque, como en la vida misma, las cosas no salen siempre como uno espera.
A los personajes de Ravelo se les llega incluso a coger cariño, por la simpleza de sus razonamientos y la ingenua torpeza con la que demuestran que no tienen nada que perder. Canallas cuyo destino a corto plazo no puede ser otro que el presidio o algo peor. Un fatalismo que se ha convertido en santo y seña de sus novelas y que demuestra un profundo conocimiento de la mente humana en su faceta más elemental. 
Las flores no sangran es pura novela negra. Una trama surrealista con grandes dosis de acción salpicada con destellos de un humor ácido e inteligente al más puro estilo Ravelo. Las Canarias dejan de ser aquellas islas paradisiacas que todos creemos conocer para convertirse en un escenario arrabalero y cruel en el que habita lo peor de cada casa. Como una cárcel cuyos límites, en lugar de muros, los marca el océano que la rodea.
Sólo me queda advertir que la lectura de esta novela debería estar vetada a los pobres de espíritu, a los simples, a los ingenuos y, en definitiva, a todos aquellos que carezcan de la valentía o el estómago necesario para asomarse a la realidad que habita más allá de las cortinas del gran teatro de la vida. El resto, no os la perdáis.