A raíz de la
reseña de la novela “El asesino de Pitágoras” que hice para el blog ¡A los libros! me he visto inmerso en varios debates sobre los parámetros que rigen el
mundillo editorial y las decisiones tomadas por editores que, en ocasiones, apenas
merecen llamarse así.
Cada vez es
más frecuente oír hablar de escritores que tras ver rechazado su manuscrito por
docenas de editoriales deciden autopublicarse y consiguen un suculento volumen
de ventas, llamando, esta vez sí, la atención de los grandes grupos
editoriales. Véanse los casos de Amanda Hocking o John Locke, que vendió más de
un millón de copias de su libro en Amazon, o de los españoles Bruno Nievas, Eloy Moreno o
Fernando Gamboa, entre otros.
En esta
tesitura surgen una serie de cuestiones imposibles de pasar por alto: ¿Qué
llevó a todos esos editores a rechazar aquellos manuscritos? ¿De verdad ninguno
supo ver el potencial de esas obras? ¿Alguno habrá sido despedido o habrá
presentado su dimisión por dejar pasar semejantes oportunidades de negocio?
Cuando uno
comienza a acumular cartas de rechazo, como es mi caso, resulta inevitable
preguntarse si esas negativas se deben a motivos fundados o responden a otro
tipo de criterio que poco tiene que ver con lo literario. Son muy pocos los
editores que argumentan los motivos por los que rechazan un manuscrito (la
mayoría directamente ni contestan). Algunos han confesado que no leen
absolutamente nada que no les venga recomendado por un agente editorial, por
otro escritor o, directamente, por un amigo.
Muchos
culpan del declive de la industria editorial a la piratería, a la autoedición o
a la irrupción del formato electrónico, pero hay mucho más. Ninguno de esos
factores justifica que muchos buenos escritores se vean obligados a recurrir a la autoedición, o que obras de pésima calidad sean publicadas al amparo de
grandes grupos editoriales.
Personalmente,
empiezo a pensar que parte de culpa de lo que está pasando la tienen muchos
editores que, desde hace años, no han sabido o no han querido hacer su trabajo.
Tal vez deberían dejar de echarse las culpas unos a otros y empezar a hacer las
cosas bien. No debemos olvidar que todos los grandes escritores han sido, en
algún momento de su vida, novatos.
Me encantó.
ResponderEliminarBueno, conciso, claro y puntual.
Un abrazo
Gracias, Lucía. Un abrazo!
Eliminar¡Demasiada razón...!
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