Tengo un amigo que es librero desde hace más de 30 años. Le
encantan los libros, y le apasiona su profesión. Toda una vida en el negocio da
para mucho y, además de coleccionar un buen número de anécdotas relacionadas
con el mundillo editorial, su experiencia
le ha convertido en todo un experto en el arte de vender libros. Para él no se trata sólo de un trabajo; es una vocación.
Verle en acción es un privilegio. Me encanta escucharle
desgranar argumentos con sencillez, encandilar a los clientes contándoles lo
justo y recomendándoles este o aquel libro en base a sus preferencias. Con sólo
un vistazo, es capaz de catalogar a los lectores avispados y a los que sólo
vienen a comprar libros para regalar. A estos últimos siempre intenta recomendarles
alguna novela con la que iniciarse en la lectura, y a menudo lo consigue.
En el gremio es conocido por su simpatía y su memoria de
elefante, capaz de recordar autores, títulos y colecciones olvidadas incluso
por las propias editoriales. Otros libreros acuden a él cuando tienen alguna
duda, o cuando algún cliente les hace un encargo difícil. Si por casualidad no
puede dar con el libro que le piden, siempre sabe cómo conseguirlo, y es capaz
de telefonear a distribuidores y editores para dar con libros olvidados o
descatalogados.
Hace unos meses, la librería en la que mi amigo llevaba toda
su vida trabajando estuvo a punto de echar el cierre. En parte por culpa de la
crisis, pero también debido a la desidia de algunas instituciones a las que, a
la hora de hacer frente a sus compromisos, parece no importarles en absoluto
dejar a algunos pequeños empresarios en la estacada. Por suerte la librería
pudo superar el bache, pero a costa del despido de algunos trabajadores. Entre
ellos, mi amigo librero.
Él se lo toma con filosofía. «Es sólo una mala racha»,
asegura sin perder la sonrisa. Cuando cree que no miro su sonrisa se torna algo
más triste, tal vez pensando que ya no está como para patearse la ciudad
repartiendo currículos. O tal vez lamentando que esta maldita crisis haya puesto
freno a su pasión.
No compadezco a mi amigo, porque sé que saldrá de esta. Es difícil
encontrar libreros que se tomen su trabajo tan en serio. Creo que él también lo
sabe, y por eso no desespera. Se ha convertido en un habitual de otras
librerías, e incluso visita de vez en cuando su antiguo puesto de trabajo, donde
disfruta aconsejando sin compromiso a todo al que ve dudar ante un libro.
Mi amigo es un loco de los libros. Estoy seguro de que le
irá genial.
Ojalá le vaya bien a tu amigo. Se ve una excelente persona con tan solo lo que has dicho.
ResponderEliminarLa vida es tan injusta... y si encima le sumamos la crisis, la cosa se pone aún peor. Me alegro de que, a pesar de todo, siga aconsejando y haciendo lo que le gusta aunque en tiendas ajenas.
Grande el librero.
Le va a ir bien, seguro. No podría dejar de ser librero así como así. Lo lleva en la sangre.
EliminarMuchos podrían aprender de él.