No hay nada más importante que ser feliz con lo que se hace. La felicidad es una actitud, un virus muy contagioso que se pega a todo el que se acerque demasiado a alguien feliz. Este virus también afecta a los envidiosos y los malintencionados, así que es la mejor arma a usar cuando nos encontremos ante uno de estos.
Escribir me hace feliz, y eso se nota. Los escritores principiantes corremos el riesgo de dejar de ser felices si nos descuidamos, o si olvidamos a lo que nos dedicamos. Algunos factores que pueden influir en nuestra felicidad son los libreros malintencionados, o sencillamente ignorantes, que impiden con su actitud que nuestro libro se venda. Esto es más facil de hacer de lo que parece; sólo hay que colocar el libro en el lugar de la librería reservado a los libros descatalogados, a las editoriales municipales y a la escoba y el recogedor. Llegar a una librería con la ilusión de ver tu obra compartiendo estantería con los grandes, y llevarte una decepción, es algo de lo más normal. ¿Cómo vamos a dejar de ser felices por algo así?
Nosotros estamos en un nivel en el que todavía podemos permitirnos ser felices pese a ccircunstancias como esta. Me explico: Si la nueva novela de Ruiz Zafón, o de Matilde Asensi, no se vendiera, supondría unas pérdidas para la editorial y para el escritor de varios millones. Viven de eso, de un público exigente y cambiante, y cuando tu subsistencia depende de algo tan voluble, el descenso de las ventas puede acarrear algo más que una frustración mañanera.
Nosotros no tenemos ese problema, y debemos asumirlo cuanto antes si no queremos caer en el "Sindrome del Escritor Amargado y enfrentado contra un mundo que no sabe apreciar su obra". Hay libros infumables que se venden como rosquillas, mientras que libros francamente buenos de autores desconocidos se pudren sin que nadie les de una oportunidad. ¿Debería eso importarnos?
Evidentemente, no. Personalmente, si escribo es porque escribir me hace feliz. Me completa. Intento labrarme un futuro en el complicado mundillo editorial, pero no voy a dejar que los obstaculos acaben con mi sonrisa. La probabilidad de éxito no es muy alta, pero lo peor que puede pasarme es que me quede como estoy. Por eso, cuando presento mi novela, o la veo ante un escaparate, sonrío. Y cuando la veo relegada al olvido en un rincón oscuro de cualquier librería, también sonrío. Sonrío porque puedo permitírmelo, y porque estoy seguro de que mi sonrisa y mi felicidad contribuirá a hacer felices a unos cuantos a mi alrededor.
Nosotros estamos en un nivel en el que todavía podemos permitirnos ser felices pese a ccircunstancias como esta. Me explico: Si la nueva novela de Ruiz Zafón, o de Matilde Asensi, no se vendiera, supondría unas pérdidas para la editorial y para el escritor de varios millones. Viven de eso, de un público exigente y cambiante, y cuando tu subsistencia depende de algo tan voluble, el descenso de las ventas puede acarrear algo más que una frustración mañanera.
Nosotros no tenemos ese problema, y debemos asumirlo cuanto antes si no queremos caer en el "Sindrome del Escritor Amargado y enfrentado contra un mundo que no sabe apreciar su obra". Hay libros infumables que se venden como rosquillas, mientras que libros francamente buenos de autores desconocidos se pudren sin que nadie les de una oportunidad. ¿Debería eso importarnos?
Evidentemente, no. Personalmente, si escribo es porque escribir me hace feliz. Me completa. Intento labrarme un futuro en el complicado mundillo editorial, pero no voy a dejar que los obstaculos acaben con mi sonrisa. La probabilidad de éxito no es muy alta, pero lo peor que puede pasarme es que me quede como estoy. Por eso, cuando presento mi novela, o la veo ante un escaparate, sonrío. Y cuando la veo relegada al olvido en un rincón oscuro de cualquier librería, también sonrío. Sonrío porque puedo permitírmelo, y porque estoy seguro de que mi sonrisa y mi felicidad contribuirá a hacer felices a unos cuantos a mi alrededor.
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