sábado, 15 de septiembre de 2012

Libros y libreros

Siempre he admirado a los libreros. Personas enamoradas de su trabajo, amantes de la palabra escrita, mercaderes de sueños. No creo que un librero sea cualquier persona que trabaje en una librería. Ser librero es una vocación, algo que se lleva dentro. O se es o no se es. Y no quedan muchos.
El librero no trata nunca de ponerse en el camino de los libros. No te asalta como un vendedor de el Corte Ingles con su grito de guerra: "¿Puedo ayudarle en algo?". Un librero sabe que una librería es un lugar extraño y fascinante, y que a cualquier lector nos gusta caminar entre las estanterías, sentir el tacto de los libros, pasar algunas páginas al azar y leer sinopsis a medias.
El librero deja siempre que sea el lector el que se acerque a él, y convierte cualquier consulta en un diálogo a dos bandas. Sabe leer entre lineas los gustos del lector, y es capaz de adivinar qué género o autor le vendría bien explorar. Naturalmente no desecha ninguna opción, sabiendo que cualquier libro puede ser el mejor del mundo si cae en las manos adecuadas. Y bajo ningún concepto, cuando le piden su opinión acerca de un libro, responde aquello de "Se está vendiendo muy bien", o "Se lo está llevando mucha gente", porque sabe que la calidad de un libro pocas veces es proporcional al número de ejemplares vendidos.
El librero nunca recomienda best-sellers, porque sabe que no necesita hacerlo. En su lugar, siempre anda a la caza de nuevos talentos y de libros peculiares y minoritarios que en nada desmerecen a los grandes lanzamientos editoriales. Es un habil conocedor del mundillo editorial, y sabe que sin su intervención el mercado seguirá eclipsado por los mismos de siempre. Nunca se deja guiar por modas, y se esfuerza por conocer lo que vende porque sabe que un gran número de lectores y escritores necesitan su ayuda. Y por supuesto, a pesar de la dictadura que distribuidores y comerciales imponen  a las librerías, siempre intenta colocar a los autores minoritarios en un lugar bien visible, para que pueda luchar en igualdad de condiciones por hacerse un hueco en el dificil mercado editorial.
Pese a la existencia de dependientes que venden libros con la misma alegría y dedicación que si vendieran lavadoras o embutidos, aún quedan algunos libreros enamorados de su oficio, capaces de contagiar a cualquiera que entre en su establecimiento su pasión por los libros. Si tienes la suerte de dar con alguno de ellos, cuídalo, pues se trata de una especie en peligro de extinción. La revolución digital los tiene contra las cuerdas, pero no creo que nunca pueda acabar con ellos.

Quisiera dedicar esta entrada a todos los libreros con los que me he cruzado desde que decidí adentrarme en el retorcido mundillo editorial. De no ser por ellos, tal vez hace tiempo que me hubiera rendido. En Cádiz hay unos cuantos, como Miguel Angel, de Q&Q, Dina, de Alejandría Libros, el personal de la Librería Sargón o las chicas de Las Libreras. También quisiera dar las gracias a los libreros de la librería Anabel y Siglo 21, gracias a los cuales pude participar en las Ferias del libro de Sevilla y Huelva.


En Granada tenéis a la gran familia de la Librería Picasso, y en Linares tuve la ocasión de conocer a Gumer y Mª del Mar, de la librería Kanji, y a Javier, de la librería Entre Libros. En Valencia, todo fue como la seda gracias a la gran acogida que me brindaron los amigos de La Traca y La Moixeranga, con los que espero volver a coincidir en el futuro.
Puede que me falten muchos por nombrar, aunque no me olvido de ninguno. Espero que sigais con vuestra labor durante muchos años, y que no os dejeis llevar por el pesimismo de los tiempos que nos ha tocado vivir. Puede que el mundo de la cultura no pase por su mejor momento, pero gracias a personas como vosotros nunca morirá. Ahora más que nunca, os necesitamos.